La prosperidad es un estado de la conciencia que significa mucho más que poseer dinero y bienes materiales. Incluye tanto la riqueza exterior como la interior. Es un juego de la mente que te prepara para ganar una y otra vez. Y el único que puede crear ese estado eres tú mismo.
De hecho, la prosperidad es un término muy amplio que incluye todo tipo de abundancia: espiritual, mental y material. Y como tal, se manifiesta en todos los aspectos. Refleja mucho más que una situación financiera y por ello no puede reducirse a un saldo ni puede valorarse mediante cifras.
Podemos, por tanto, ser prósperos respecto a cualquier cosa. El concepto de «prosperidad total» es un término muy amplio que comprende, entre otras cosas:
La salud,
El amor,
El trabajo,
La energía,
El tiempo libre,
La amistad,
La alegría,
El bienestar,
El entusiasmo,
La creatividad,
La sabiduría,
El buen humor,
La gratitud,
La armonía,
La serenidad,
La compasión,
El dinero,
Etcétera.
La lista es tan larga como decidas.
De entre todas, nuestra mayor riqueza consiste en convertimos en las personas que queremos ser y en vivir la vida que deseamos vivir o, dicho de otro modo, en alcanzar la prosperidad espiritual, que es, ni más ni menos, cualquier cosa que contagie el alma de felicidad.
El éxito es una escalera con muchos peldaños; en un momento determinado podemos dar un traspié y rodar por ella, aunque también puede conducimos a lo más alto. Pero durante el tiempo que estés en este planeta, lo fundamental es el amor que puedas ofrecer a los demás, mucho más que tus subidas o bajadas por esa escalera.
El éxito es un proceso y, como en todo proceso, primero establecemos un objetivo y un plan de acción para, después, actuar y añadir emoción e ilusión. Un suceso nos lleva a otro, una acción interfiere en otra y entonces ocurre algo de mayor importancia. Debido a esa sincronía, un acontecimiento provoca otro, de modo que no existe la casualidad. Así es como llegan los resultados, no por suerte o por azar.
Todos experimentamos coincidencias de vez en cuando, pero sólo algunas son significativas; es decir, lejos de ser casuales tienen un profundo significado. Las llamamos «sincronicidades».
Las coincidencias sincronísticas no pueden provocarse, nunca nos dejan indiferentes, llaman poderosamente la atención, son a menudo simbólicas y ocurren en un momento en el que es necesario un cambio de rumbo.
Las sincronicidades atraen a nuestra vida a las personas y los acontecimientos que necesitamos.
El éxito no es un hecho casual, es un estado mental de satisfacción que debes crear día a día. Por esa razón no es un destino, sino un trayecto más o menos largo. Y cuando alguien tiene prosperidad, está transitando por ese camino. De todos modos, debes saber que nunca se consigue nada a solas, aunque pueda parecerlo. La medalla que luce el ganador debería brillar en muchas solapas.
Tú solo no consigues nada.
El Universo colabora contigo proporcionándote las oportunidades, primero, y los medios, después. Cuando ocupas tu lugar en el Universo y haces lo que debes hacer, se produce una reacción en cadena y, por contagio, todo empieza a funcionar. La prosperidad es una bola de nieve que crece y crece cuando haces que ruede. Cuando nos encontramos en una situación como esa, decimos que «estamos en racha»; lo que ocurre en realidad es que las sinergias, cuando trabajamos en equipo, se están multiplicando.
¿No te alegras al saber que no estás tú solo en esto? Nunca te permitas «morir de éxito»; recuerda siempre de dónde procedes. La arrogancia viene devuelta, en algún momento de la vida, en forma de una cura de humildad. Todos conocemos algún ejemplo.
Tampoco cometas el error de compararte con nadie más. «Mejor» y «peor» son, en todos los casos, unas etiquetas muy relativas. No se las pongas a ninguna persona. Cada cual tiene unas prioridades en la vida que son distintas a las de los demás. Las personas son diferentes. Y eso es lo que hace de nuestras relaciones algo tan interesante.
Creo más en la connotación espiritual de la palabra «éxito» que en la material. Para mí, ese término representa la satisfacción que se siente cuando se atrapa un sueño, y no por causa del reconocimiento de los demás.
El éxito inmediato no es algo frecuente. La antesala del éxito siempre es el trabajo organizado en un plan de acción eficaz. Tampoco es fruto de un «golpe de suerte»; es más adecuado compararlo a la tarea que se realiza entre bastidores hasta que al final se pisa el escenario. 
Los espectadores asisten a la obra, pero nunca sabrán lo duros que fueron los ensayos.
No basta con desear.
Puedes desear con todo tu corazón llegar arriba, pero si no subes el siguiente peldaño seguirás al pie de la escalera. El deseo solo nunca es suficiente; es necesario, además, poseer el estado mental de la confianza y la convicción para promover un plan de acción con garantías.

¿Cuál es tu actitud? ¿Proactiva o reactiva?
Quien es proactivo tiene iniciativas y actúa. Es capaz de hacer y de conseguir que los demás hagan. Son las personas más valoradas en el entorno de las empresas que precisan crecer y prosperar.
Una persona reactiva se limita a dejarse llevar sin modificar los acontecimientos. No se dirige a ningún lugar, va a la deriva y a remolque de los demás.
Quiero que sepas que nunca se pierde, a menos que se dé el juego por terminado y se acepte una derrota como definitiva. En la Bolsa, las acciones suben y bajan cada día; pero el accionista no pierde ni gana hasta que da la orden de venta.
Atrapar los sueños no está reservado a unos pocos.
No conozco a demasiados «cazadores de sueños», pero eso no significa que la veda no esté abierta para todos. Lo que ocurre es que la mayoría de las personas suele abandonar tras el primer tropiezo. Se levantan de la mesa de juego y dan por finalizada la partida con una derrota. Dan el juego por terminado. Y se lamentan porque la vida les ha dado unas malas cartas. El del «abandono» es el juego practicado por la mayoría.
Una minoría sigue intentándolo después de una primera caída. Es la minoría que ha aprendido a levantarse una y otra vez; son las personas que continúan la partida, aun con malas cartas, porque les encanta jugar. Ya habrás adivinado que en esta metáfora «jugar» significa «vivir».