Te abandonas, te traicionas, no te respetas.

Si tu centro está en otra persona, tú estás perdido. Sufres por el miedo al abandono y el miedo al rechazo es lo que domina tus relaciones. Vives para otros y a través de ellos, pendiente de lo que hacen y dicen, al tanto del “qué dirán” tan importante para ti. Al poner tu centro en otro le haces a él responsable de tu felicidad y vives aterrado, pendiente de lo que hace, queriéndolo controlar, sin darle libertad.

No eres auténtico.
Le copias a todo el mundo y sigues modas que ni te quedan. Tratas desesperado de encajar, de gustar, de ser incluido. Hablas con clichés, haces todo lo que te dicen y eres como se supone que tienes que ser.
Tu atención está siempre afuera, en allá y entonces.
Crees que hay algo en el futuro, un conjunto de eventos, situaciones y cosas que por fin te harán sentir bien acerca de ti mismo y enfocas toda tu energía en conseguir eso que por fin “confirmará” tu valía.
El presente se vuelve sólo el medio para llegar allá. Tu vista está enfocada en lo externo porque al mirar hacia adentro lo que encuentras es un vacío terrible y, por lo tanto, tu motivación es externa. No hay nada dentro de ti que te mueva a hacer las cosas que no sea la búsqueda de aprobación y el reconocimiento de otros.